jueves, 17 de febrero de 2011

Roma

REPRESENTACIÓN DE UNA FAMILIA PATRICIA.

ROMA, SE EXTRAÑA.


Por: Atricio Milla Mardones


No. No es que me hubiera gustado vivir en la Roma clásica. No. Es algo peor. Simplemente algo que extraño, como un compromiso al que me olvidé de asistir.

Uno, en esos tiempos, se habría llamado fácilmente Atricio Flavio Sempronio Titubeo, por ejemplo, vestiría con túnica y usaría las populares sandalias, con las cuales -y no es broma- los romanos chancletearon gran parte del mundo conocido.

Época culta, si hasta los “cabros chicos” hablaban latín.

Seguramente, para hacer dedo en cualquier “vía”, el caminante decía cosas como: “Quo vadis, Domine”, que sonaba maravilloso.

Y no se trata de que el mundo fuera mejor entonces, porque en la Roma clásica los venenos se consumían tanto como la Coca Cola. Y las intrigas eran tan intensas como ocurre hoy en cualquier ambiente laboral y político.

COLISEO ROMANO.

Entre tantos legados culturales como el idioma latín o el Derecho Romano, ellos nos dejaron uno de sus grandes inventos: el “ludo”, un juego con acciones de avances y retrocesos, modelo con el que se organiza cualquier oficina de trámites burocráticos hoy (acaso alguna vez haciendo un trámite importante no quedó con la sensación de “pierde una jugada, retroceda tres pasos”).

Pero, en cambio, cualquier cosa que usted dijera era clásica. Se hablaba como en mármol. Los políticos descubrieron entonces que había algunas palabras inevitables, que volvían las frases famosas. Era cosa de poner cara de estatua y decir “ubi bene, ibi patria” y quedaba como un rey. O tomarse la punta de la toga, para que se arrugara elegantemente, y declarar con tono solemne: “dulce et decoro est pro patria mori”. Y no les digo como lo aplaudían.

Roma era otra cosa. No es lo mismo decir hoy “lástima, fregaron no más” que ponerse de perfil y asegurar, “vae victis” o que, en vez de declarar  ya no podemos echarnos para atrás”, decir con tono solemne, “alea jacta es”. Y la locución tan chilena “nos llegó la hora”, jamás conseguirá el efecto de un “moritori te salutans”.

Época fantástica. Los historiadores sensitivos se explican fácilmente la existencia de la mitología. Claro, no había teleseries en esa época. La gente, en vez de preocuparse que los denarios no le alcanzaban para fin de mes o de tinglados de personas comunes (por ejemplo, que Fulvia había dejado por otro a su marido), se dedicaban a investigar los enredos de los dioses. Y es bastante más fino preocuparse de si Júpiter le volvió a contar a Leda “el cuento del cisne”.

Horas remotas, en que las rubias germanas que hoy bajan a la península itálica en busca de sol y nativos, preferías, entonces, ahorcarse con sus trenzas para evitar lo mismo.

No hay formas de evitar la nostalgia cuando vemos que las últimas romanas que podemos conocer son bajas, angulosas, metálicas y sólo son capaces de decirnos, en la feria, cuánto cuestan una mercadería.

ESQUEMA CON LA EVOLUCIÓN POLÍTICA DE ROMA.

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