martes, 8 de febrero de 2011

La Roma de Cicerón

RECREACIÓN DE UNOS DE LOS TANTOS DISCURSOS DE CICERÓN EN EL FORO ROMANO.

MARCO TULIO CICERÓN


Por: Atricio Milla Mardones


A veces, cuando se analiza desde la sospecha las campañas políticas y los motivos de los personajes que quieren convertirse en Presidente de la República, Senador, Diputado, Alcalde o Concejal, Intendente o Gobernador, es bueno girar la cara hacia el pasado, sin el temor bíblico de convertirse en una “estatua de sal”.

En la Historia de la Humanidad, existieron personajes misceláneos, que ejercen hasta hoy una enorme seducción por las obras que dejaron como prueba de su “servicio público”. Son personajes de enorme trascendencia histórica y que constituyen un modelo de cómo se puede vivir la vida política de servicio público, con intensidad e intencionalidad.

En este contexto, uno de los hombres más humanos, es decir, contradictorio, que nos ha heredado la Civilización Romana es, sin lugar a dudas, Marco Tulio Cicerón (106-43 a. C.): el  padre de la elocuencia latina”.

De Él se afirmaba que, muchas veces buscando la verdad en los hechos y no en las explicaciones, defendió en el Foro Romano a personeros con turbios antecedentes, haciendo uso de su extraordinario talento en la oratoria. Esta cualidad, que era, ciertamente, mejor que su conducta, se conjugaba con un estilo de vida pomposo. El historiador Salustio confirma lo anterior diciendo que “tal vez, a Cicerón, por no descender de la nobleza le gustaba más de la cuenta vivir en forma regia…pero acaso no lo merecía”.

En Sicilia, cuando asumió la Magistratura de Cuestor (con poderes absolutos), cosechó afectos y admiración. Allí se gestó la leyenda que lo transformó en un patriota cabal en su defensa de la República Romana y sus instituciones. Fue tal su prestigio, que recibió del Estado el título honorífico de Pater Patriae ("Padre de la Patria"). En aquella ceremonia pronunció la famosa frase “Ubi bene, ibi patria” (“Donde se está bien, ahí está la Patria”).

El historiador Leon Homo, en su Historia de Roma, señala que a Cicerón “no le faltaron detractores, como a todo hombre público”. Esto, a propósito de que a Cicerón se le reprochó que sus discursos sobre la “Conjura de Lucio Sergio Catilina” (su oponente en el Senado y que para muchos sólo había sido un simple complot de ebrios) propiciaran una reacción violenta en contra de los conspiradores y sus familias, con sangrientos resultados.

Con todo, sumando y restando, fueron pocas las voces que ajaron el prestigio de Cicerón. Fueron más los que elogiaron su patriotismo, servicio público y los otros méritos que lo adornaban.

El historiador Salustio afirmó que “fue Cicerón, antes que todo, un gran orador, dotado de una gran imaginación y de ardiente sensibilidad. Su estilo claro y preciso, su vocabulario rico, casi exuberante… en un mismo tono la oración,  tenía el talento de pasar de la ironía a la seriedad y del sarcasmo a la emoción”.

Cicerón desenmascaró al criminal Catilina en un inflamado discurso (Primera Catilinaria) que comenzó con la proverbial frase “Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?” (“¿Por cuánto tiempo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?”).

Lamentablemente, el fin de Cicerón no pudo ser más oscuro y absurdo. Por errores de la contabilidad celestial, pagó más pecados de los cometidos. Fue asesinado por sicarios, mandados por quienes fueron favorecidos por su poder y discursos.

Marco Tulio Cicerón fue muy completo. A él se atribuye la sentencia clásica latina “Nada de lo que es humano me es ajeno”… Y es que conocía tan bien a los hombres, a través de sí mismo, que escribió y habló como los dioses.

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